La huida
Por
María Angélica Donda Arpino
Nono Miguel y Nona Laura |
En un pequeño
pueblito de pescadores, muy cerca de Nápoles, al sur de Italia nacía una pareja
que el destino luego uniría: Laura Valenti (1875) y Miguel Giaccio (1880). Se
conocieron desde siempre pues eran vecinos y sus padres amigos. Cuando Miguel
tenía 10 años, en las fiestas, jugando con cohetes perdió su mano derecha.
Desde entonces aprendió a valerse con la otra mano que adquirió una fuerza
extraordinaria. Nunca se quejó de su situación. Laura, menudita, con un fuerte
carácter, siempre lograba lo que quería. Miguel tranquilo y muy responsable. La
vida transcurría apacible hasta que llegaron los barcos comerciales desde
América, que todo lo cambiaron. Venían con la misión de reclutar gente para
trabajar en las facendas brasileras, los conversaban y por unos centavos los
convencían de que encontrarían riquezas incalculables y otras muchas mentiras. Así
llegaron los Valenti y los Giaccio con todas sus familias a América. El trabajo
en la facenda era muy duro, de sol a sol recogían el tabaco y el algodón. La
paga era escasa y absolutamente nadie se preocupaba por ellos y menos para
darles salud y educación. Laura y Miguel siguieron juntos. En la adolescencia,
su juventud se iluminó con esperanzas de un futuro mejor, se enamoraron
juntando algodón y sudores. Se casaron en la facenda en 1900 y se acompañaron
toda la vida. El espíritu inquieto de Laura lo guió a cruzar el charco y ver cómo
era Argentina. Llegaron a Rosario, donde no conocían a nadie. Miguel compró a
crédito algunas verduras y frutas, salió con un carrito a venderlas. Ya tenían
dos hijos y nació Nuncio en 1910. La
nostalgia llenó de tristeza sus corazones y volvieron a cruzar el charco para
reencontrarse con sus familias. No sabían que el trabajo era aún más duro y las
obligaciones más estrictas, lo que los llevó a pensar que habían decidido mal…
No soportando más tanta injusticia soñaban con volver a la Argentina, pero...
¿cómo hacerlo? La facenda estaba
controlada por muchos hombres sin piedad que se valían de perros adiestrados
para atacar y morder, ¡muy bravos! Laura y Miguel pensaron un plan ingenioso
para escapar. Dejaron a su hijo Antonio con una hermana de Laura. Los domingos
permitían a las familias a escuchar la Santa misa, pero controlaban las
entradas y salidas. Miguel se había hecho muy amigo del capataz y ello ayudó
mucho en esta aventura. Laura vistió a sus hijos, María tenía 10 años y Nuncio
4. Le puso un pantalón sobre otro, un vestido sobre otro, un pulover sobre otro,
calcetines uno sobre otro, así toda la familia llevaba puestas las valijas en
sus personas. Ese domingo el sol estaba radiante. En vez de ir a la iglesia
corrieron a abordar el tren. Corrieron sin mirar atrás y cuando el tren aminoró
la marcha saltaron al vagón, Miguel con una sola mano llevaba a su hijo menor y
Laura y María lo lograron con mucho
esfuerzo muy a tiempo pues ya se
oían los peones de la facenda y a sus perros muy cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario