Desde Montemarciano a San Francisco: en busca
de paz y futuro
Por Dra. Alicia Malatesta, directora Nivel Secundario
Escuela Bilingüe Bicultural “Dante Alighieri”
En el
marco de celebración del “Día del Inmigrante Italiano”, me permito realizar un
homenaje a mis propios ascendientes y referir una historia familiar. Luis
Augusto Marino Malatesta, mi abuelo paterno, nació en 1890 y se casó, en
tierras italianas, en febrero de 1913 con María Rosati. Arribó a San
Francisco en 1923; lo impulsaron a tomar la decisión de abandonar su
Montemarciano natal, en Le Marche, Ancona, el surgimiento del fascismo y los
sucesos italianos conocidos como la Marcha sobre Roma en octubre de 1922. Sufrió
en carne propia la violencia política de los partidarios de Mussolini y en una
noche de invierno fue sacado del lecho y obligado a caminar hacia el mar. Al escuchar disparos, se arrojó a las aguas
simulando estar herido de muerte; por ello, los atacantes se alejaron del
lugar. Su esposa María lo dio por muerto por días; entre tanto, amigos de Luis
lo protegieron y ayudaron a tomar el tren y embarcarse rumbo a nuestro
país. Así, dejó atrás un “piccolo paese”
a orillas del mar Adriático para arribar a un inmenso mar de trigos y alfalfa,
la “pianura” con mínimas pertenencias pero gran esperanza de un mejor futuro en
una Argentina soñada como tierra de paz, tolerancia, promisión y sin persecuciones políticas. Tras arribar a
Buenos Aires llegó a nuestra ciudad porque aquí ya se habían afincado paisanos
provenientes de Le Marche. Al cabo de un
tiempo, estaban dadas las condiciones para que su esposa emprendiera el
prolongado viaje en tren hasta
Génova. Desde allí, inició la
navegación transatlántica con los tres hijos de su matrimonio con Luis: Tosca
de 11 años, Davide de 9 y el más pequeño Alfio de 3 años. Viajaron en tercera
clase, como era costumbre para los pasajeros de escasos recursos; sin embargo,
los sacrificios eran aceptados como camino para la reunión familiar y el
esperanzador anhelo de un feliz futuro. ¿Qué emociones, qué temores, qué
preguntas habrá traído mi abuela María en el viaje con sus hijos?. Primero, la
angustia de sentirse viuda, la incertidumbre luego de su vida en la lejana
Argentina. Después, el recorrido en tren
hasta Génova, sola con sus niños, cosa poco habitual para mujeres de aquel
tiempo. Y por último, el cruce del inmenso océano. ¿Y Tosca? ¿Y Davide? Ellos
dejaron su aldea, amigos, escuela en plena infancia y se embarcan hacia la
América que prometía bienestar, paz y buen porvenir. Ya en San Francisco la
familia se agranda: nacen mi padre Dino y Dita, años más tarde. Luis, como en
Italia, trabajó como carpintero en el ferrocarril General Belgrano;
posteriormente, fueron empleados ferroviarios Alfio y Dino, quien también se
desempeñó como sastre. Dávide se radicó en Villa Dolores donde fue empleado de
comercio. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Luis y su familia recibieron a
nuevos integrantes provenientes de Marzzoca. Así, llegaron su sobrino Alfeo
Latini y su esposa Alfa Bonvini, que con el correr del tiempo, fueron padres de
Franco y Fernando. Los Malatesta y los
Latini, como tantas otras familias, poblaron estas tierras con fe, esperanza y
deseosos de un mejor porvenir en paz y fraternidad. Superaron con
esfuerzo el desarraigo, la separación de parientes y amigos, trabajaron
con intensidad, amaron agradecidamente al nuevo suelo sin olvidar su
historia, costumbres y tradiciones. Inculcaron a las nuevas
generaciones normas morales sustentadas
en el sacrificio, espíritu austero y anhelo de permanente superación. En este
simple pero emocionado recuerdo, vaya también un cálido saludo para los
inmigrantes italianos y sus descendientes y un sincero reconocimiento y homenaje.