El
legado de los Nonos
Por María Angélica Donda Arpino
Familia Gianotti - Arpino |
Corría
el año 1882. El camino de Moncalé a
Turín, se iluminaba desde el amanecer con las niñitas de apenas ocho años que
caminaban con sus bostezos, risas y juegos a la fábrica de fósforos. Camila,
con sus trenzas doradas y sus límpidos
ojos celestes iba a pegar las etiquetas en las cajitas. Por allá, en la aldea,
Atilio, un niño petiso, subía al banquito para alcanzar a lavar los enseres de
la fonda de sus papis. Ya señorita, iba a reunirse con otras jovencitas para
fabricar especiales y hermosos abanicos. ¡Siempre contenta y cantando! Mientras
un serio muchachote, pelo duro, era la energía y el motor viviente en una fonda
familiar que crecía y se agrandaba con el esfuerzo de todos. Los bailes del
tablón, llenos de violines y acordeones inundaban de melodías, sueños e
ilusiones que los unían en un cuadro del mejor pintor. La Crotta de Gino fue
testigo de sus flechados corazones. Camila y Atilio se casaron, jurándose amor
eterno. América los ilusionó y con su beba subieron a un barco grandote, el
océano los impresionó. Unidas sus manos, eran su único equipaje, la energía y
sus ganas de progresar. Pienso en la grandeza que tuvieron los padres que
quizás no los verían nunca más. Sin embargo los despidieron con una sonrisa, un
abrazo, y el fuerte deseo de que les fuera bien. América no se presentó como
ellos la habían imaginado. Llegaron a otra pequeña aldea, Devoto, donde
tuvieron que trabajar en lo que no estaban preparados... ¡apechugaron para
adelante! Atilio fue a levantar trigo con la horquilla. Tuvo que contemplar con
el corazón encogido, la muerte de su cuñado, un sombrerero poco ágil que no
supo evitar la caída del cereal. Camila se puso a lavar ropa ajena. Después,
Atilio, con voluntad y mucho esfuerzo aprendió el oficio de herrero. Soportaron
dolores inmensos, la muerte de su beba, la enfermedad de Atilio, cuando Camila
lo llevó con el sulki a San Francisco, ¡¡bendito doctor Tomás Areta!! que lo
curó. Épocas de gente generosa con disposición de ayudar, sin preguntar ni
querer nada a cambio, con grandes valores. La familia creció, con sus seis hijos
bebiendo ejemplos. Atilio con tanto tesón y trabajo, pudo tener su bar y fue
feliz, como en la lejana fonda paterna. Murió aún joven. Llegamos los nietos y
con nosotros la alegría. La nona Camila, sentada en la silla baja, tejiendo,
tejiendo, nos contaba cuentos en piamontés e historias de su aldea. Creo que
nos dejaron el más grande legado del mundo, el amor al trabajo, a la familia y
la solidaridad ¡Dios los bendiga!
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