domingo, 7 de julio de 2013

Historias de Inmigrantes


La huida
Por María Angélica Donda Arpino

Nono Miguel y Nona Laura

En un pequeño pueblito de pescadores, muy cerca de Nápoles, al sur de Italia nacía una pareja que el destino luego uniría: Laura Valenti (1875) y Miguel Giaccio (1880). Se conocieron desde siempre pues eran vecinos y sus padres amigos. Cuando Miguel tenía 10 años, en las fiestas, jugando con cohetes perdió su mano derecha. Desde entonces aprendió a valerse con la otra mano que adquirió una fuerza extraordinaria. Nunca se quejó de su situación. Laura, menudita, con un fuerte carácter, siempre lograba lo que quería. Miguel tranquilo y muy responsable. La vida transcurría apacible hasta que llegaron los barcos comerciales desde América, que todo lo cambiaron. Venían con la misión de reclutar gente para trabajar en las facendas brasileras, los conversaban y por unos centavos los convencían de que encontrarían riquezas incalculables y otras muchas mentiras. Así llegaron los Valenti y los Giaccio con todas sus familias a América. El trabajo en la facenda era muy duro, de sol a sol recogían el tabaco y el algodón. La paga era escasa y absolutamente nadie se preocupaba por ellos y menos para darles salud y educación. Laura y Miguel siguieron juntos. En la adolescencia, su juventud se iluminó con esperanzas de un futuro mejor, se enamoraron juntando algodón y sudores. Se casaron en la facenda en 1900 y se acompañaron toda la vida. El espíritu inquieto de Laura lo guió a cruzar el charco y ver cómo era Argentina. Llegaron a Rosario, donde no conocían a nadie. Miguel compró a crédito algunas verduras y frutas, salió con un carrito a venderlas. Ya tenían dos hijos y nació Nuncio en 1910.  La nostalgia llenó de tristeza sus corazones y volvieron a cruzar el charco para reencontrarse con sus familias. No sabían que el trabajo era aún más duro y las obligaciones más estrictas, lo que los llevó a pensar que habían decidido mal… No soportando más tanta injusticia soñaban con volver a la Argentina, pero... ¿cómo hacerlo?  La facenda estaba controlada por muchos hombres sin piedad que se valían de perros adiestrados para atacar y morder, ¡muy bravos! Laura y Miguel pensaron un plan ingenioso para escapar. Dejaron a su hijo Antonio con una hermana de Laura. Los domingos permitían a las familias a escuchar la Santa misa, pero controlaban las entradas y salidas. Miguel se había hecho muy amigo del capataz y ello ayudó mucho en esta aventura. Laura vistió a sus hijos, María tenía 10 años y Nuncio 4. Le puso un pantalón sobre otro, un vestido sobre otro, un pulover sobre otro, calcetines uno sobre otro, así toda la familia llevaba puestas las valijas en sus personas. Ese domingo el sol estaba radiante. En vez de ir a la iglesia corrieron a abordar el tren. Corrieron sin mirar atrás y cuando el tren aminoró la marcha saltaron al vagón, Miguel con una sola mano llevaba a su hijo menor y Laura y María lo lograron con mucho  esfuerzo muy  a tiempo pues ya se oían los peones de la facenda y a sus perros muy cerca. 

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