domingo, 23 de junio de 2013

Historias de Inmigrantes



El  legado  de los  Nonos

Por María Angélica Donda Arpino

Familia Gianotti - Arpino

Corría el año 1882. El camino de Moncalé  a Turín, se iluminaba desde el amanecer con las niñitas de apenas ocho años que caminaban con sus bostezos, risas y juegos a la fábrica de fósforos. Camila, con sus  trenzas doradas y sus límpidos ojos celestes iba a pegar las etiquetas en las cajitas. Por allá, en la aldea, Atilio, un niño petiso, subía al banquito para alcanzar a lavar los enseres de la fonda de sus papis. Ya señorita, iba a reunirse con otras jovencitas para fabricar especiales y hermosos abanicos. ¡Siempre contenta y cantando! Mientras un serio muchachote, pelo duro, era la energía y el motor viviente en una fonda familiar que crecía y se agrandaba con el esfuerzo de todos. Los bailes del tablón, llenos de violines y acordeones inundaban de melodías, sueños e ilusiones que los unían en un cuadro del mejor pintor. La Crotta de Gino fue testigo de sus flechados corazones. Camila y Atilio se casaron, jurándose amor eterno. América los ilusionó y con su beba subieron a un barco grandote, el océano los impresionó. Unidas sus manos, eran su único equipaje, la energía y sus ganas de progresar. Pienso en la grandeza que tuvieron los padres que quizás no los verían nunca más. Sin embargo los despidieron con una sonrisa, un abrazo, y el fuerte deseo de que les fuera bien. América no se presentó como ellos la habían imaginado. Llegaron a otra pequeña aldea, Devoto, donde tuvieron que trabajar en lo que no estaban preparados... ¡apechugaron para adelante! Atilio fue a levantar trigo con la horquilla. Tuvo que contemplar con el corazón encogido, la muerte de su cuñado, un sombrerero poco ágil que no supo evitar la caída del cereal. Camila se puso a lavar ropa ajena. Después, Atilio, con voluntad y mucho esfuerzo aprendió el oficio de herrero. Soportaron dolores inmensos, la muerte de su beba, la enfermedad de Atilio, cuando Camila lo llevó con el sulki a San Francisco, ¡¡bendito doctor Tomás Areta!! que lo curó. Épocas de gente generosa con disposición de ayudar, sin preguntar ni querer nada a cambio, con grandes valores. La familia creció, con sus seis hijos bebiendo ejemplos. Atilio con tanto tesón y trabajo, pudo tener su bar y fue feliz, como en la lejana fonda paterna. Murió aún joven. Llegamos los nietos y con nosotros la alegría. La nona Camila, sentada en la silla baja, tejiendo, tejiendo, nos contaba cuentos en piamontés e historias de su aldea. Creo que nos dejaron el más grande legado del mundo, el amor al trabajo, a la familia y la solidaridad ¡Dios los bendiga!

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