domingo, 16 de junio de 2013

Historias de Inmigrantes



Desde Montemarciano a San Francisco: en busca de paz y futuro

Por Dra. Alicia Malatesta, directora  Nivel Secundario

Escuela Bilingüe Bicultural “Dante Alighieri”


En el marco de celebración del “Día del Inmigrante Italiano”, me permito realizar un homenaje a mis propios ascendientes y referir una historia familiar. Luis Augusto Marino Malatesta, mi abuelo paterno, nació en 1890 y se casó, en tierras i­­talianas, en febrero de 1913 con María Rosati. Arribó a San Francisco en 1923; lo impulsaron a tomar la decisión de abandonar su Montemarciano natal, en Le Marche, Ancona, el surgimiento del fascismo y los sucesos italianos conocidos como la Marcha sobre Roma en octubre de 1922. Sufrió en carne propia la violencia política de los partidarios de Mussolini y en una noche de invierno fue sacado del lecho y obligado a caminar hacia el mar.  Al escuchar disparos, se arrojó a las aguas simulando estar herido de muerte; por ello, los atacantes se alejaron del lugar. Su esposa María lo dio por muerto por días; entre tanto, amigos de Luis lo protegieron y ayudaron a tomar el tren y embarcarse rumbo a nuestro país.  Así, dejó atrás un “piccolo paese” a orillas del mar Adriático para arribar a un inmenso mar de trigos y alfalfa, la “pianura” con mínimas pertenencias pero gran esperanza de un mejor futuro en una Argentina soñada como tierra de paz, tolerancia, promisión y  sin persecuciones políticas. Tras arribar a Buenos Aires llegó a nuestra ciudad porque aquí ya se habían afincado paisanos provenientes de Le Marche.  Al cabo de un tiempo, estaban dadas las condiciones para que su esposa emprendiera el prolongado viaje en tren hasta  Génova.  Desde allí, inició la navegación transatlántica con los tres hijos de su matrimonio con Luis: Tosca de 11 años, Davide de 9 y el más pequeño Alfio de 3 años. Viajaron en tercera clase, como era costumbre para los pasajeros de escasos recursos; sin embargo, los sacrificios eran aceptados como camino para la reunión familiar y el esperanzador anhelo de un feliz futuro. ¿Qué emociones, qué temores, qué preguntas habrá traído mi abuela María en el viaje con sus hijos?. Primero, la angustia de sentirse viuda, la incertidumbre luego de su vida en la lejana Argentina.  Después, el recorrido en tren hasta Génova, sola con sus niños, cosa poco habitual para mujeres de aquel tiempo. Y por último, el cruce del inmenso océano. ¿Y Tosca? ¿Y Davide? Ellos dejaron su aldea, amigos,  escuela  en plena infancia y se embarcan hacia la América que prometía bienestar, paz y buen porvenir. Ya en San Francisco la familia se agranda: nacen mi padre Dino y Dita, años más tarde. Luis, como en Italia, trabajó como carpintero en el ferrocarril General Belgrano; posteriormente, fueron empleados ferroviarios Alfio y Dino, quien también se desempeñó como sastre. Dávide se radicó en Villa Dolores donde fue empleado de comercio. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Luis y su familia recibieron a nuevos integrantes provenientes de Marzzoca. Así, llegaron su sobrino Alfeo Latini y su esposa Alfa Bonvini, que con el correr del tiempo, fueron padres de Franco y  Fernando. Los Malatesta y los Latini, como tantas otras familias, poblaron estas tierras con fe, esperanza y deseosos de un mejor porvenir en paz y fraternidad.  Superaron con  esfuerzo el desarraigo, la separación de parientes y amigos, trabajaron con intensidad, amaron agradecidamente al nuevo suelo sin olvidar su historia,   costumbres y  tradiciones. Inculcaron a las nuevas generaciones  normas morales sustentadas en el sacrificio, espíritu austero y anhelo de permanente superación. En este simple pero emocionado recuerdo, vaya también un cálido saludo para los inmigrantes italianos y sus descendientes y un sincero reconocimiento y homenaje.



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